jueves, 17 de enero de 2008

Un «Don Giovanni» sin máscara

Un «Don Giovanni» sin máscara



El Palau de les Arts retoma su temporada con el estreno de un espectáculo en el que el elenco hace olvidar la ausencia de escenografía. Camps y Barberá presidieron la gala en el auditorio

Don Giovanni siempre se escapa, y en este caso, aunque haya sido a la carrera, el personaje de Da Ponte/Mozart logró anoche salir ileso de una versión en concierto/escenificada, pero al mismo tiempo teatral de un espectáculo que pocos creían que pudiera salvarse y con dignidad con tanta premura de tiempo.

El Palau de les Arts afrontó ayer el segundo gran reto en su corta vida. El estreno de Don Giovanni, la segunda producción propia del liceo valenciano, suponía una prueba de fuego para un auditorio que hace apenas dos semanas sufría el contratiempo de ver cómo su escenario principal se averiaba gravemente. Así que el estreno de anoche, envuelto en un debate político y social, significaba algo más que una simple noche de premier.

El color negro dominó la escena, el vestuario y el movimiento en un espectáculo que podría dar la sensación de improvisado, pero que se salva gracias a una interpretación bien llevada y a una ejecución musical y escénica resuelta con destreza.

Si el mito de Don Juan es la imagen de un seductor divertido y cínico, malvado y enredador, en este caso la máscara tuvo que esconderse para obligar a que el personaje diera la cara. Por ello el propio presidente de la Generalitat, Francisco Camps, se situó en el palco principal junto a la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y secundado de cerca por miembros de su gabinete. Frente a estas presencias, destacó la ausencia de Santiago Calatrava, inicialmente prevista.

Un montaje bien resuelto Ante la ausencia de escenografía y el escueto espacio de movimiento para el reparto, el director de escena Jonathan Miller dispuso una especie de telón de fondo totalmente negro y compuesto de siete puertas y ventanas que daban entrada y salida a los cantantes principales y el coro, quienes apenas disponían de tres metros para moverse, pero se movieron con soltura. En los laterales, dos plataformas permitían, a través de las habituales puertas de salida del público, el acceso de figurantes. Incluso Maazel llegó al foso a través de esa misma entrada, casi entre el público. En el primer acto no hubo concesiones escénicas, salvo en aspectos conceptuales. Tampoco en la iluminación. Sólo luz blanca sobre el escenario. El público, que en un primer momento reaccionó de forma fría, se acabó metiendo en un espectáculo que despidió con bravos y aplausos por el trabajo realizado, como así reconoció mientras el plantel se despedía desde el escenario. El esfuerzo vocal y la agilidad mental para concebir un nuevo montaje original y consecuente, donde la teatralidad no se pierde en ningún momento, quedaba reconocido.

El espectáculo, además, llegaba marcado por algunas cuestiones extraartísticas. Muy comentadas eran las diferencias entre el director musical, Lorin Maazel, y el artístico, Jonathan Miller, quien pasó buena parte de la ópera sentado en su silla muy concentrado y con la cabeza entre las manos. Fuentes del Palau no descartaban ayer la posibilidad de volver a presentar en el futuro el espectáculo en una auténtica versión escénica. Las mismas fuentes, junto a otras del despacho de Calatrava, insistían en que en breve la plataforma provisional estará concluida. Por suerte, el espectáculo continúa.

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