martes, 5 de febrero de 2008

El Arte de la Palabra

FUE una sorpresa. La audiencia concedida por mi Rector me brindó la oportunidad de oír que la palabra es Arte. La fotografía de Antonio Gala anunciaba que en el salón neomudéjar se estaba proclamando el Congreso Internacional sobre este escritor. Crucé el umbral de aquel salón, que fue testigo de mi ingreso en el claustro de doctores y en el que defendí que podía llegar a ser catedrático de universidad para contemplar la Palabra hecha Arte.
Recordé que había leído y releído a Antonio Gala e, incluso, que uso y abuso del tesauro, que la profesora Ana Padilla pacientemente y ordenadamente logró compilar, cada vez que tengo que acudir a él solicitando ayuda.
Este Congreso Internacional se va a celebrar en el convento del Corpus Christi, donde la palabra se hacía cada día pan, cuando en él moraban las monjas. La palabra de Gala, cuando la escribe con amor, alcanza su plenitud como cuando se dio el pan en la Última Cena. Las palabras de este escritor son un don que se regala a todo aquel que quiera escucharlas o leerlas. Antonio Gala escribe para no estar solo; para no sentirse enajenado o como loco deambulante. Sus palabras son como el pan que con amor se reparte entre los familiares, amigos y necesitados. Si Gala no escribiese se sentiría solo y desamparado; no lo está porque da un sentido humano a sus escritos y con su palabra humaniza al lector que las oye o las lee.
Cuando se lee a Gala se necesita del silencio, porque sus palabras son silencios que presagian y encubren sus secretos. Cuando se lee a Gala se necesita más luz porque sus palabras se asemejan, otras veces, a los enigmas de aquel que se duele de ser prisionero en una lúgubre mazamorra. Muchas veces sus palabras son verdaderos arpones que se clavan en el dorso de un espíritu enfurecido; arrebatan como el fuego de la candela de una chimenea; destruyen lo que tocan. Casi siempre construyen un ambiente tan espiritual que te obligan a acompañarle en su silencio. Me gusta leerlo porque sus palabras parecen que nacen horneadas o engastadas en el taller de un platero cordobés.
Han acertado al titular tal Congreso con el lema: Gala y el Arte de la Palabra, puesto que cada una de sus sentencias es una obra de arte en la que el escritor ha derramado toda su energía y hasta su patrimonio espiritual. Sus palabras son agua cristalina, limpia y fluyente, que al derramarse no pierden su profundo significado. Rezuman libertad y ansias de equilibrio sonoro y de precisión esmerada; tienen su propia aura y música singular cuando las pronuncia.
Si bajas por la cuesta de San Benito, camino de la plaza de Séneca, al pasar por la puerta del Corpus Christi oirás resonar sus palabras cinceladas y esculpidas.
Este escritor, tan distante e inaccesible, se nos hace más cercano a través de su lenguaje; aún pareciendo huraño, mediante sus palabras se nos aparece como la aurora al día. A Gala hay que leerlo, pero mejor y sobre todo oírlo, pues su oratoria vuela y se graba en cualquier espíritu.
Ante el anuncio de este primer congreso sobre la obra de Antonio Gala, recordaba a mí mismo que sus palabras son poesía sin tiempo y una lucha feroz contra toda pobreza de espíritu. Son, sin duda alguna para mí y en muchas ocasiones, las palabras de un místico.
Quizás por esta reflexión la audiencia rectoral, posterior a la presentación del Congreso, fue llena de concordia y breve, pues al igual que don Antonio Gala tiene fe en la palabra, yo también la tuve en la que me dio mi Rector para el bienestar espiritual de un profesorado que estudia, enseña, examina y tiene que juzgar al alumnado.
JOSÉ JAVIER RODRÍGUEZ

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